El Agujero Negro


No podía ser rockero. Sí, nací en la década del rock and roll, pero la infancia y la adolescencia en las que viví bajo esa gran cúpula de nuestro particular "Show de Truman" del franquismo que nos tenía cegados, en lo cultural, social y político, de la que no era fácil hallar la salida hasta que  te encontrabas con la situación o las personas que te llevaban hasta la puerta, y te mostraban el mundo de “ahí fuera”.

La radio, el deporte y las emociones que me producían las manifestaciones artísticas a las que tenía acceso era solo comparable con mi frustración por no poder manifestarme en ninguna de ellas. Simplemente disfrutaba como receptor de lo que los grandes creadores habían desarrollado “solo para mi”, porque así veía y percibía cada obra cada creación.

Yo solo podía sentir agradecimiento por tanta belleza. Con los años comprendí la frase de Harry Wadworth Longfellow: “Los dioses enviaron a la tierra a los artistas con canciones de alegría y tristeza para que, al emocionarnos, pudiéramos ir con ellos de vuelta al paraíso”, y que gran verdad era eso dentro de mí.

No sabía pintar, ni escribir bien, no tenía conocimientos de música, ni del resto de las manifestaciones artísticas, pero lo intenté en algunas de ellas. Todo me sirvió para disfrutar en el bachillerato con lo que hoy se conoce como las humanidades. Eso fue lo que me acercó al teatro primero y, mas tarde, al mundo del periodismo, para llegar a conocer la magia de la radio y entrar en contacto con la música y sus protagonistas.

Me gusta decir que la radio, la música –por fin el rock- y el teatro me han acompañado como los principales instrumentos de la orquesta que interpreta la banda sonora de mi vida en la que los amigos que me he ido encontrando, las mujeres que he amado, los artistas que he conocido y los escenarios del mundo que he recorrido, han tenido momentos estelares.

He conocido países y ciudades de los que he disfrutado, y de algunas me he enamorado, como Londres, para mí el auténtico centro del universo, a lo que Joaquín Luqui, que compartía mi amor por la capital inglesa, señalaba que Nueva York era el gran “agujero negro” que te va llamando, atrayendo y, una vez que te ha atrapado, del que ya no puedes escapar porque te ha seducido totalmente.

Esos son los motivos que me han llevado a ir contando con tiempo, calma y sin periodicidad concreta, lo que se denominan mis recuerdos o memorias de momentos vividos con personajes o situaciones de las que he sido testigo. Siento la necesidad de trasladar a este rincón el reconocimiento a mi amigo en el título y, de la infinita capacidad de sorpresa que mantengo todavía, se produce el cambio de este blog en el que quiero separar en secciones diferentes el presente y el pasado.

Reconozco que hace mucho tiempo, no sé si demasiado, siento el enorme poder de atracción que ese agujero negro ejerce sobre mi. Cada día está mas cerca el momento en el que ya no pueda decir Nunca estuve en Nueva York.

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