Espanya y Cataluña
El independentismo catalán ya ha ganado. Pase lo que pase el
día 27 ya nada será igual. Desde que el PP denunció ante el Tribunal
Constitucional el nuevo Estatut y realizó una campaña de petición de firmas en
contra que recientemente el propio García Albiol reconoció haberse visto como
una agresión a la propia Cataluña, la semilla del independentismo empezó a
crecer hasta presentar un árbol que ha crecido con tal frondosidad que por
mucho que se poden sus ramas ya da una sombra a la que se acoge casi la mitad
de los ciudadanos catalanes, y lo que es peor, se ha generado una ruptura que
ni los mas optimistas creen que se pueda recomponer.

Ambas situaciones han quebrado este país y ha generado un
desgarro en la ciudadanía difícil de sobrellevar. Estoy convencido que los mas
entusiastas independentistas de buena fe y el resto de españoles, ciudadanos
sufridores de la desconexión de la clase política, sienten un fuerte desgarro
interior o al menos así lo siento yo que tengo decenas de amigos catalanes, y
algunos muy íntimos. Por mucho que los políticos independentistas se esfuercen
en decir que una vez consumado el proceso la relación seguirá siendo como hasta
ahora ellos saben que eso no es cierto, y será muy difícil recomponer esa
ruptura, no puede serlo porque a medida que pase el tiempo el alejamiento de
unos y otros irá siendo mas grande.
Para alguien por quien que fluye sangre catalana por parte
materna el desgarro es inmenso. Por dramas familiares producidos por la Primera
Guerra Mundial gran parte de la familia de mi abuela materna tuvo que emigrar a
Madrid procedentes de Falset, (Tarragona). En la capital mi abuela, una mujer
de la burguesía catalana procedente de una familia de terratenientes, conoció a
mi abuelo, un republicano de derechas, se casaron, tuvieron siete hijos y otra
vez la guerra intervino en su fatal destino; ambos murieron. Él fusilado y ella
perdida buscando a su marido entre las cárceles de Madrid. Quedaban vivos cinco
de sus hijos entre 5 y 12 años al cuidado de la tía “Beniteta” que se había
instalado definitivamente en Madrid.
La Unión Europea nació con la voluntad de ir creciendo para ir sumando naciones que de forma voluntaria querían incorporarse a un proyecto común. Es hora de que decidamos como queremos vivir en Espanya y en Cataluña, en Catalunya y en España.
Esta es una historia como tantas otras que se han vivido y
que han ido conformando la relación entre las regiones –nacionalidades o
naciones- de España. Por eso duele que los intereses de unos y otros, los independentistas
catalanes y los conservadores españoles, se hayan tirado a la cabeza ilusiones
de gentes de bien, sueños y deseos de confraternización para tapar sus vergüenzas
políticas. No somos los ciudadanos responsables del destino de nuestro
gobernantes mas allá de nuestro error de votar casi siempre en el mismo sentido
sin exigir responsabilidades cuando ya es demasiado tarde. Y ahí si que somos nosotros los responsables
por haber seguido depositando nuestra confianza en personajes que legislatura
tras legislatura hemos dejado que se rieran de nosotros.
Desde mi humilde opinión no permitir abrir la Constitución
de 1978 para reconocer que la “soberanía nacional” reside en las comunidades
autónomas –por ejemplo históricas, o en todas para no crear diferencias- esconde
un sentir patrimonialista del estado por parte de la intransigencia. La Unión
Europea nació con la voluntad de ir creciendo para ir sumando naciones que de
forma voluntaria querían incorporarse a un proyecto común. Es hora de que
decidamos como queremos vivir en Espanya y en Cataluña, en Catalunya y en
España.
Aunque yo prefiera que mis hermanos sigan en casa no puedo cerrar las puertas y tenerles retenidos, aunque crea que es lo mejor para ellos.
Entiendo el entusiasmo de los catalanes de bien que quieren
decidir por ellos mismos y hay que darles una salida, pero tras decidir sobre
su futuro todos debemos pensar cómo se gestiona lo que decidan y no desde el
frentismo, si no con espíritu de colaboración. Yo al menos creo en la unión
voluntariamente, como en el matrimonio, pero cuando llega el momento del
divorcio hay que ser civilizados y empáticos. Aunque yo prefiera que mis
hermanos sigan en mi casa no puedo cerrar las puertas y tenerles retenidos,
aunque crea que es lo mejor para ellos. Quizás si los dejamos salir nos verían sin
recelos y nos volverían a ver como hermanos. En cualquier caso estamos muy
unidos. Tenemos la misma sangre y eso es indisoluble.
Puede que sea un bicho raro que vive al margen de lo que
realmente interesa, pero hablando desde un corazón roto quiero a Espanya,
quiero a Cataluña… a Catalunya y a España.
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