Cuando una ola te coge y te lleva a su cresta para surfear adaptándote a su ritmo y velocidad, pareciera como si todo lo que te rodea y acompaña se amoldaran también contagiados por la sensación de ingravidez que te transporta a mundos de los que no quisieras regresar. Como ya he escrito en alguna ocasión, desde que Joaquín Luqui nos dejó sentía su compañía y todo me parecía diferente y me sonreía, pero faltaba –quizás- la guinda en la cabalgadura sobre esa ola en forma de apoyo, compañía o la presencia de alguien con quien compartir mis emociones. Esa ausencia desapareció durante la copa de Navidad de la radio que como cada año ofrecía Polanco, y tomó forma en quien se iba a convertir desde ese momento en mi amiga del alma, heredera del legado de la confianza que había tenido con Joaquín. Desde entonces nos convertiríamos uno para el otro en mucho mas que amigos y confidentes. Aquella Navidad, en la planta tercera de Gran Vía 32, Joaquín, desde su mundo me mostraba a su hered...